Santa Rosa de Lima
El 30 de agosto hemos celebrado la fiesta de Santa Rosa de Lima, el primer fruto de santidad de la Iglesia en el Perú y en todo América. Isabel Flores de Oliva, tal fue su nombre de pila, nació en Lima el 20 de abril de 1586, pocas décadas después de la llegada de los primeros misioneros españoles a nuestras tierras, y murió el 24 de agosto de 1617 a los 31 años de edad. El nivel de santidad que alcanzó en su corta vida en este mundo ha sido sintetizado por el papa Francisco con las siguientes palabras:
“La gloriosísima santa Rosa de Lima, que creció como lirio entre las espinas (Ct 2,2), se hizo amiga del Señor desde la infancia, a tal punto que ya desde pequeña le consagró su virginidad y empezó a cultivar las virtudes. Desde entonces, inflamada por el ejemplo y la intercesión de la Beatísima Virgen María y de santa Catalina de Siena, ofreció completamente su vida a Dios, vistiendo el hábito de las Hermanas de la Tercera Orden Regular de los Predicadores, entregada a la penitencia y a la oración y ardiendo de pasión amorosa por ganar para la vida eterna en Cristo a todos, pecadores e indígenas. Pero, también, inflamada por el amor a toda la creación, como hija espiritual de santo Domingo, invitaba frecuentemente a animales, flores, hierbas y a todo ser viviente a alabar al Creador. No por casualidad, pues, ella fue declarada por nuestro predecesor Clemente X Patrona celestial de ambas Américas, de Filipinas y de las Indias occidentales” (Carta del 27 de julio de 2017).
Con esas palabras el papa Francisco destaca los tres aspectos que mejor caracterizan la vida de nuestra santa. En primer lugar, la oración, es decir la intimidad con Dios que tuvo desde la infancia y de la cual brotó todo lo demás. En segundo lugar, la penitencia. Es sabido que santa Rosa tuvo una vida bastante ascética y penitente, difícil de entender para algunos en nuestros días. No ha faltado quien diga que las mortificaciones a las que se sometió ponen de manifiesto que tenía alguna enfermedad mental. La realidad, en cambio, es que ella encontró en esas mortificaciones una vía para unirse más a Cristo y participar en sus sufrimientos como un modo de “conseguir la participación íntima en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma”, según escribió al médico Castillo en una carta que ha llegado hasta nuestros días.
De esa manera, a través de la oración y la penitencia, santa Rosa fue alcanzando la perfección y, como es natural en esos casos, vivió la caridad en grado altísimo, especialmente para con los más pobres y necesitados. Como dijo su confesor, fray Juan de Lorenzana, “se compadecía mucho de las necesidades corporales y espirituales, y servía a los enfermos con gran caridad”; y en el mismo sentido, durante el proceso de su canonización, el señor Gonzalo de la Mazza declaró que “si la enfermedad era de cuidado, los visitaba de día y de noche diversas veces, no se ausentaba de ellos en ninguna hora”.
Pidámosle a santa Rosa de Lima que interceda por nosotros para que podamos encontrar, como ella, nuestras delicias y nuestras alegrías en vivir en comunión con Dios y con el prójimo.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa