EL MEJOR REGALO DE NAVIDAD
Cada 8 de diciembre celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María, acontecimiento a través del cual, en previsión del nacimiento de Cristo, en el momento en que María fue concebida en el seno de su madre, Dios intervino de un modo extraordinario y la preservó del pecado original. María, mujer sencilla de un barrio humilde de Galilea, desde el inicio de su existencia estuvo llena de la gracia de Dios. Por eso, como relatan los evangelios, cuando el arcángel Gabriel le anuncia que será la madre de Jesús, comienza justamente con esas palabras: «¡Alégrate, llena de gracia!» (Lc 1,28), usándose en la versión en griego del Evangelio el tiempo perfecto del verbo, para significar que María había estado y continuaba estando llena de la gracia de Dios, es decir de la presencia divina.
A lo largo de toda su vida, María vivió llena de la presencia de Dios. Pese a ello, cuando el arcángel Gabriel le anunció que concebiría un hijo en su seno, ella no comprendió cómo podría ser eso posible ya que nunca había tenido relaciones íntimas con un varón. Ante lo cual el mismo arcángel le explica que lo que nacería de ella no sería obra de la carne ni de la sangre, sino del Espíritu Santo, es decir, del mismo Espíritu que había intervenido en el momento de su propia concepción. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios», le dice Gabriel (Lc 1,35).
La anunciación es un momento muy importante en la vida de la santísima Virgen María. Ella tiene la posibilidad de aceptar el anuncio del ángel, pero también, en su libertad, tiene la posibilidad de rechazarlo. María sabía que salir embarazada sin estar casada le acarrearía un enorme sufrimiento. ¿Cómo explicarle a José, su prometido, lo que le estaba sucediendo? ¿Creería José que era una obra del Espíritu Santo? ¿Lo creería la gente? ¿Es que alguno de nosotros creería si su novia o una amiga o familiar le dice que está embarazada del Espíritu Santo? María sopesa las circunstancias. Ella sabe que aceptar este encargo de Dios le ocasionaría muchos sufrimientos, sabe que su fama se podría ver seriamente afectada e incluso su vida puesta en peligro, porque en esa época el pecado de adulterio era castigado con la lapidación. Sin embargo, María acepta, porque sabe que Dios siempre dispone lo mejor para todos. Sabe también que si Dios la había elegido a ella, ella sería la primera beneficiada, como poco después lo declarará llena de alegría: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi Espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad (la pequeñez) de su sierva» (Lc 1,46-48).
El Adviento que estamos viviendo nos quiere recordar que, así como Dios eligió a María para que sea la madre de su Hijo, también Dios quiere que en esta Navidad su hijo Jesús nazca o renazca en cada uno de nosotros. Está en nuestra libertad, movida por la gracia del Espíritu Santo, responderle como María: «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Ojalá que todos lo hagamos, para que podamos experimentar la belleza de la vida divina en nuestro interior. Sería nuestro mejor regalo de Navidad.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa