EL DÍA QUE HIZO EL SEÑOR
«Este es el día que hizo el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo». Desde antiguo, la Iglesia ha vinculado este anuncio, contenido en el salmo 118, como referido a ese primer día de la semana en el cual, como nos narran los evangelios, Jesucristo resucitó. Es la Pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida. Como dice la Carta a los Hebreos, el Verbo eterno del Padre se hizo hombre para poder morir y, así, «aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos» (Heb 2,14-15). A través de estas palabras de la Biblia, Dios mismo nos revela que, en su naturaleza humana caída a causa del pecado original, el hombre tiene miedo a la muerte, el demonio se aprovecha de eso para someterlo a la esclavitud del pecado y Jesucristo se ha dejado crucificar para, muriendo, destruir la muerte y, así, reducir a la nada el poder del diablo y liberar al hombre de esa esclavitud. El miedo a que se refiere el autor bíblico no se refiere sólo a la muerte física ni es siempre un miedo consciente. Por lo general es un miedo inconsciente a “no ser” para los demás, a que los demás no me consideren, y también un miedo al sufrimiento.
¡Cuántos pecados se cometen para obtener un lugar en la sociedad, para no ser descartado del grupo de amigos…o simplemente para no sufrir! ¡Cuántas familias destruidas sólo porque uno de los cónyuges, o los dos, tienen miedo al sufrimiento que en ocasiones implica la fidelidad conyugal! ¡Cuántos abortos, cuántos asesinatos, cuánta corrupción y cuántos suicidios se cometen para no sufrir! Porque, en cierto sentido, el sufrimiento nos hace presente la muerte y muchos piensan que detrás de ella sólo hay nada y vacío. La realidad, en cambio, es otra. Es cierto que, como dan testimonio las Sagradas Escrituras, por el pecado de desobediencia de Adán entró la muerte en el mundo y se propagó a todos los hombres; pero también es cierto que, con mayor razón, por el acto de obediencia de Jesucristo a su Padre, la muerte ha sido vencida y todos tenemos acceso a vivir eternamente si nos acogemos a Él y dejamos que el perdón gratuito que nos ha obtenido en la cruz nos regenere y haga de nosotros una nueva creación (cfr. Rom 5,12-21).
Esta es la buena noticia que la Iglesia, desde su propia experiencia, anuncia desde hace casi veinte siglos: gracias al misterio pascual de Cristo, no sólo han quedado perdonados nuestros pecados, que eso ya sería bastante, sino que, justificados por Él, tenemos acceso a la vida divina, que no se acaba jamás, ni siquiera disminuye con el sufrimiento, y nos hace capaces de amar, de donarnos. En pocas palabras, una vida en la verdad, que nos hace felices; porque jamás podremos ser felices si vivimos atrapados en la cárcel de nuestro propio yo, ofreciéndonos todo a nosotros mismos de un modo egoísta, exigiendo a los demás que nos amen, anhelando que todos nos tengan en cuenta y queriendo hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza. El fruto de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es que, al hacernos partícipes de su naturaleza divina, que es amor, nos hace capaces de amar gratuitamente y, por tanto, de ser felices ya desde este mundo.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
20.IV.2025