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EL DON DE LA ANCIANIDAD

En su mensaje para la V Jornada Mundial de los Abuelos y las Personas Mayores, que celebramos este domingo 27, el Papa León XIV nos recuerda algunos de los numerosos ejemplos presentes en las Sagradas Escrituras de que Dios bendice la ancianidad. Entre otros, menciona a Abraham y Sara y a Zacarías e Isabel, dos parejas que no habían podido tener descendencia, a cuyas esposas Dios les concedió concebir un hijo en la ancianidad. Menciona también a Moisés, a quien, siendo octogenario, Dios eligió para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y conducirlo a la tierra prometida. Con estos y otros muchos casos, queda de manifiesto que en el diseño de Dios la ancianidad está llamada a ser un tiempo de gracia y bendición.

En efecto, como nos recordó muchas veces el Papa Francisco, la ancianidad no tiene por que ser un tiempo de marginación ni soledad. Por el contrario, los abuelos y las personas mayores tenemos mucho que aportar al bien común de la familia, la comunidad eclesial y la entera sociedad. Así, nos dice ahora el Papa León en su mensaje: «un anciano nos ayuda a comprender que la historia no se agota en el presente, ni se consuma en encuentros fugaces y relaciones fragmentarias, sino que se abre paso hacia el futuro», y si bien «es verdad que la fragilidad de los ancianos necesita el vigor de los jóvenes, también es verdad que la inexperiencia de los jóvenes necesita del testimonio de los ancianos para trazar con sabiduría el porvenir».

No obstante eso, en la actualidad se va extendiendo a nivel global una situación paradójica: por un lado, gracias a los adelantos de la ciencia, el porcentaje de ancianos y personas mayores va en aumento; pero, al mismo tiempo, en lugar de aprovechar esa realidad, «nuestras sociedades, en todas sus latitudes, se están acostumbrando con demasiada frecuencia a dejar que una parte tan importante y rica de su tejido sea marginada y olvidada». Frente a esta situación, nuestro actual Papa nos exhorta a discernir correctamente este signo de los tiempos, para leer de modo adecuado la época de la historia que nos está tocando vivir, y a cambiar de ritmo, «a arriesgar más, a pensar en grande, a no contentarnos con el statu quo». En concreto, trabajar por un cambio que restituya a los ancianos el lugar que les corresponde en la familia, la Iglesia y la sociedad.

Y a quienes ya comenzamos a sentir las limitaciones de la edad avanzada o las están viviendo en mayor magnitud, León XIV nos recuerda las palabras del Papa Francisco algunas semanas antes de partir de este mundo: «nuestro físico está débil, pero, incluso así, nada puede impedirnos amar, rezar, entregarnos, estar los unos para los otros, en la fe» (Angelus, 16.III.2025). Preciosa tarea que podemos llevar a cabo dejándonos renovar cada día por el encuentro con el Señor, a través de la oración y la participación en los sacramentos. Así, la vida de Jesús se manifestará cada vez más en nuestra carne mortal y daremos a quienes nos rodean el mejor legado que les podemos transmitir: el testimonio de una ancianidad fecunda en el amor incondicional y la esperanza que no defrauda.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa
27.VII.2025