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Tiempo de conversión

Comenzamos la segunda semana de Adviento, tiempo que la Iglesia nos regala para prepararnos para la Navidad y acoger en el hoy de nuestra historia a Jesús que viene a salvarnos. El Adviento es un tiempo fuerte de conversión. San Agustín decía que los cristianos debemos convertirnos, cada día, de las criaturas al Creador; porque la naturaleza humana ha quedado herida por el pecado original y, en consecuencia, al igual que todos los hombres somos proclives a pecar. Necesitamos, pues, convertirnos cada día, y para recordárnoslo y ayudarnos en la conversión tenemos en la Iglesia católica algunos tiempos especiales como la Cuaresma y el Adviento. La conversión tiene tres aspectos o etapas: el primero consiste en reconocernos pecadores, pero no en la mera teoría sino reconociendo qué pecados concretos tenemos; el segundo consiste en reconocer que, pese a nuestros pecados, Dios nos ama y, por eso, quiere librarnos del poder del mal, el pecado y la muerte; y el tercero consiste en, creyendo en el amor y en la omnipotencia de Dios, acogernos a Él para que realice esa obra en nosotros.

Para ayudarnos en este proceso de conversión, el Evangelio del segundo domingo de Adviento nos pone ante Juan el Bautista, el profeta que anuncia y prepara la llegada inminente de nuestro Salvador. De esta manera, enciende o reaviva en nosotros la esperanza de salvación y hace posible que, con la confianza puesta en el Mesías, examinemos con honestidad nuestra vida y descubramos, sin miedo, aquello en lo que estamos siendo infieles a Dios o, al menos, todavía no le estamos siendo del todo fieles. Así, vamos preparando el terreno de nuestro corazón, es decir de lo profundo de nuestro ser, para acoger la gracia salvífica que Dios nos enviará en esta Navidad, gracia que tiene el poder de transformarnos de pecadores en santos. Al mismo tiempo, la llamada de Juan Bautista a preparar el terreno para la llegada del Mesías, nos lleva a preguntarnos si, como cristianos, en forma individual o comunitaria, estamos abriendo caminos, tendiendo puentes y allanando senderos para que aquellos que se han alejado de Dios puedan encontrarse con Él.

No hace falta ser demasiado observador para darse cuenta de que cada vez más gente se aleja de Dios en nuestro querido Perú. Pese a que la gran mayoría de peruanos todavía nos declaramos católicos y hemos sido bautizados, lo cierto es que en muchos la gracia bautismal ha sido como diluida a causa del pecado y las idolatrías de este siglo en el que se imponen cada vez más el materialismo y el hedonismo. Las tremendas luchas de poder, el escándalo de la corrupción de políticos de las diversas tiendas, funcionarios públicos y adinerados empresarios, la violencia en sus diversas formas y la rebelión contra el orden de la naturaleza creada por Dios, por sólo mencionar algunos tristes ejemplos, son consecuencias concretas de la pérdida de la fe que está haciendo mucho daño a nuestro país. En este contexto, los cristianos tenemos la misión de hacer presente el amor de Dios y, especialmente en este Adviento, invitar a cuantos nos rodean a no dejarse contaminar por el mal sino, más bien, abrir de par en par las puertas de su corazón a Jesucristo que viene a salvarnos.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa