Testigos de esperanza
Hace unos días han partido de este mundo dos sacerdotes de nuestra Arquidiócesis: el P. Juvenal Dézar, que se desempeñaba como vicario parroquial en la parroquia Nuestra Señora de Chapi, de Miraflores, y el P. Alain Leroux, sacerdote francés que hace 27 años llegó como misionero a Arequipa, era párroco de la parroquia Sagrados Corazones, en la zona de Pachacútec, y director de la Casa Hogar Niño Jesús. Al terminar la Misa por el P. Juvenal, alrededor de quince personas, incluidos varios jóvenes, contaron cuánto los ha ayudado este sacerdote con su cercanía y acompañamiento espiritual, el modo en que predicaba el Evangelio, la unción con que celebraba la Eucaristía y los confesaba. En el caso del P. Alain, conocido por su entrega pastoral y sus obras de bien social, fueron también conmovedoras las numerosas muestras de amor y agradecimiento de la multitud de fieles que, al terminar la Santa Misa, llevaron el ataúd en hombros hasta el cementerio y, con profundo dolor, le dieron el último adiós.
La muerte de los PP. Juvenal y Alain me ha hecho dar gracias a Dios, una vez más, por los sacerdotes que en nuestra Arquidiócesis de Arequipa día a día ofrecen su vida al servicio de Dios y de los hombres. Me ha recordado también las palabras del Papa Francisco, según las cuales el sacerdote católico es uno que: “Habiendo aceptado no disponer de sí mismo, no tiene una agenda que defender, sino que cada mañana entrega al Señor su tiempo para dejarse encontrar por la gente y salir a su encuentro. Por lo tanto, nuestro sacerdote no es un burócrata o un funcionario anónimo de la institución; no está consagrado a un rol clerical administrativo, ni se mueve por los criterios de la eficiencia. Sabe que el Amor es todo…Su estilo de vida sencillo y esencial, siempre disponible, lo presenta creíble a los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una caridad pastoral que nos hace libres y solidarios” (Discurso, 16.V.2016). Este perfil de sacerdote esbozado por el Papa lo veo reflejado, aunque en ocasiones puedan surgir ciertas sombras, en el presbiterio de Arequipa. En general, nuestros sacerdotes viven entregados a su ministerio, son especialmente sensibles al sufrimiento humano y, con la serenidad que brota de la fe en Jesucristo, son verdaderos testigos de esperanza.
Finalmente, la partida de nuestros hermanos Alain y Juvenal me ha hecho también darle gracias a Dios por la llamada al sacerdocio que me hizo hace más de tres décadas y por la fidelidad con la que me acompaña cada día haciéndome experimentar un gozo que jamás imaginé que existía y que no sólo no disminuye sino que aumenta con el paso del tiempo. Desde esta experiencia quisiera animar a los jóvenes a no descartar la posibilidad de ser sacerdotes. Es verdad que, como dice la Biblia, “nadie puede arrogarse este honor, sino el que es llamado por Dios”, pero también es verdad que Dios llama a muchos jóvenes al sacerdocio y, si no están atentos, podrían no darse cuenta y dejar pasar por alto la posibilidad de gozar de esa vida plena que brota de la intimidad con Jesús y la entrega desinteresada a los demás.
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa