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Constructores de paz

Los episodios de violencia que estamos sufriendo en estos días han sido materia de largas horas de oración, reflexión y diálogo en la asamblea que los obispos del Perú hemos tenido desde el lunes 16 hasta el viernes 20 de este mes, al concluir la cual hemos emitido un mensaje titulado «Seamos constructores de paz con justicia». En él declaramos que «vemos con mucho dolor la dura confrontación política y social en nuestra patria. Lamentamos la violencia desatada, porque la violencia sólo engendra más violencia. La muerte de más de cincuenta hermanos peruanos es una profunda herida en el corazón de nuestro pueblo, así como el sufrimiento de todos los heridos, civiles y policías. Esto nos exige cambiar decididamente el rumbo: ¡queremos la paz!». Por ello, en el mismo mensaje hacemos una invocación a dejar de promover las polarizaciones y a que cesen los enfrentamientos: «Es el momento de levantar la mirada y encaminarnos al encuentro y la reconciliación con justicia. El país no debe continuar en la zozobra, el miedo y la incertidumbre…Asumamos el compromiso de reconstruir el Perú».

Si en algún momento hubo quienes pensaron que el crecimiento económico que se venía dando en el Perú traería consigo la estabilidad democrática y la paz social, la historia se está encargando de demostrar que estaban equivocados porque ese crecimiento no ha venido acompañado de la adecuada integración de amplios sectores de la población cuyas necesidades básicas no han sido debidamente atendidas. Por el contrario, paralelamente al crecimiento macroeconómico aumentó la corrupción de personas e instituciones, la inseguridad ciudadana, la violencia verbal y en las redes sociales, la intolerancia en no pocos líderes de opinión y la pérdida de confianza en los políticos, por mencionar sólo algunas características de nuestro Perú de los últimos lustros en el que se ha perdido la noción de bien común y se ha ido generando una cultura individualista que hace imposible una convivencia social pacífica. En el centro de la existencia se ha puesto al YO, olvidándose del TÚ y, por tanto, del NOSOTROS, con lo cual no hay manera de pensar en un proyecto común de país.

En estas circunstancias no tendría sentido negar que el Perú es un país conflictuado y afirmar que la convulsión que estamos viviendo es obra únicamente de un pequeño grupo radical. Ese grupo existe, pero encuentra en la población más marginada el caldo de cultivo para azuzar la violencia. Nos resulta aplicable, entonces, lo que el Papa Francisco escribió hace unos años: «El conflicto no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada» (Evangelii gaudium, 227). Lo que corresponde, sigue diciendo el Papa, es aceptar la existencia del conflicto, buscar el modo de resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso. Ello requiere de diálogo, discernimiento y solidaridad, que en su conjunto pueden constituir el gran aporte que los cristianos y personas de buena voluntad podemos brindar al Perú de hoy. Jesús ha vencido el mal haciendo el bien. Hagamos nosotros lo mismo. Promovamos la paz y la reconciliación. Obremos con justicia. Sólo así podremos hacer avanzar a nuestro país para el bien de todos. Comencemos de una vez.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa