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Adviento

Este domingo comenzamos el tiempo de Adviento y, con él, un nuevo año para la Iglesia católica. A lo largo del nuevo año litúrgico iremos celebrando y viviendo los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, especialmente aquellos vinculados al nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, así como al nacimiento de la Iglesia. La luz que brota de esos misterios iluminará la historia personal y comunitaria de quienes los contemplen guiados por el Espíritu Santo. Ellos constatarán que esa historia de salvación, que comenzó con nuestro padre Abraham, continúa realizándose en nuestros días, y que el Reino de Dios, que Jesús de Nazaret introdujo en este mundo, sigue extendiéndose por toda la tierra y llegará a su plenitud cuando el mismo Jesús, revestido de gloria y poder, regrese para juzgar a vivos y muertos.

Justamente en la certeza de ese retorno glorioso del Señor, la Iglesia comienza cada nuevo año recordando las palabras de Jesús: “estén atentos y vigilen, porque no saben cuándo es el momento” (Mc 13,33). El Adviento nos renueva en la espera del Señor y nos ayuda a orientar nuestra vida hacia el encuentro definitivo con Él. En ese sentido, el Adviento es un tiempo de espera que alimenta la esperanza del pueblo fiel. Los cristianos sabemos que, aunque en este mundo nos toque pasar por sufrimientos, incomprensiones, recibir insultos, ser difamados o calumniados y cargar con los pecados de los demás (cfr. 1Cor 4, 12-13), la victoria final será de nuestro Dios. Jesús mismo nos lo anunció: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes…No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán” (Jn 15,18-20); pero también nos dijo: “tengan valor, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).

Uno de los aspectos fundamentales de la misión de la Iglesia es dar esperanza a esa multitud de personas que, viendo el panorama desolador que les rodea, pierden el sentido de la vida y se resignan a creer que las injusticias, la corrupción, la explotación de los débiles por los fuertes, no tienen solución. Ciertamente el panorama del mundo no es alentador. Como dijo el Papa Francisco: “no se puede pasar por alto el materialismo sin prejuicios que caracteriza la alianza entre la economía y la técnica y que trata la vida como un recurso para ser explotado o descartado en función del poder y el beneficio” (Discurso, 5.X.2017). Tampoco se puede pasar por alto la colonización ideológica, a través de la cual algunos pretenden imponer hábitos mundanos, como el aborto o la cancelación de las diferencias entre varón y mujer que Dios mismo ha puesto al momento de crearnos, como también lo ha dicho el Papa (Homilía, 21.XI.2017). Ante esos males, que destruyen y ocasionan mucho sufrimiento a sus víctimas, los cristianos estamos llamados a proclamar con alegría y valentía la Palabra de Dios que es, siempre, una palabra de salvación para quien la acoge. De ese modo damos a todos la posibilidad de encontrarse con el amor de Dios, que es el único capaz de devolver la esperanza e iluminar el origen de la vida y su destino, que Dios quiere que sea glorioso para todos.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa