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Invitados al reino

La Iglesia concluye hoy el año litúrgico 2015 y, como cada año, lo hace celebrando la gran fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Después de haber celebrado y contemplado a lo largo del año los diversos momentos de la vida de Jesús, incluida su pasión y muerte en la Cruz, los católicos terminamos el año contemplando y celebrando a Jesucristo resucitado y glorioso, con poder sobre todo lo que existe en el cielo y en la tierra.

La realeza de Jesús, es decir su condición de rey, fue motivo de mucha especulación durante la parte final de su vida en este mundo. Los evangelios nos relatan que cuando Jesús entró por última vez a Jerusalén, el pueblo lo recibió con vítores y lo aclamó como rey de Israel. Nos relatan también que algunas personas, como los apóstoles Santiago y Juan, y la madre de estos, se habían anticipado a pedirle un lugar especial en el reino terrenal que ellos pensaban que Jesús instauraría por esos días. Pero Él nunca aceptó ser considerado un rey político y, de hecho, cuando se dio cuenta que estaban por hacerlo rey, se retiró de la multitud para evitar que lo entronizasen. Pese a ello, las especulaciones continuaron hasta el punto que, cuando ya lo habían tomado preso y estaban siguiendo el proceso para matarlo, el gobernador Pilato le pregunta si Él es el rey de los judíos. Al final, Jesús le responderá: “tú lo has dicho, yo soy rey”; y así figura en el cartel que Pilato hace poner en la cruz en la que morirá: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”.

Jesús, pues, es rey de verdad. Sin embargo, como también le dijo a Pilato, su reino no es de este mundo. “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que no fuese entregado”. El reino de Jesús existe y, aunque no es de este mundo, está presente en este mundo. Él mismo lo dijo. Pero es un reino distinto al que nosotros podemos imaginar. El reinado de Jesús se realiza de modo distinto al de los hombres. Es un reino en que el rey no viene a ser servido sino a servir, no pide que sus súbditos lo defiendan a costa de su vida sino que es Él quien da la vida por sus súbditos, más aun, ni siquiera los considera súbditos sino amigos. “Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos…y yo los llamo amigos”, dice Jesús en el Evangelio. El Reino de Dios, que ha entrado en este mundo con Jesús de Nazaret, es un reino de amor y, justamente por eso, es un reino que no tiene fin; porque el amor, el verdadero amor, es indestructible y, por tanto, es eterno.

Ese es el reino al que Jesús nos invita a entrar, cuando dice: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados” – por las vicisitudes de este mundo – “y yo les daré descanso”. Es el reino al que él mismo se refiere cuando lo asemeja a un gran banquete de bodas al que son invitados todos los hombres, incluyendo los enfermos, los lisiados, los pobres y los pecadores. Es el reino donde hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos, porque, como dice el mismo Jesús en una parábola, ese pecador convertido es “tu hermano, que estaba muerto y ha vuelto a la vida”. En síntesis, la fiesta de Jesucristo Rey del Universo nos recuerda que, con su muerte en la Cruz, Jesús ha pagado por nuestros pecados y, con su sangre, ha comprado nuestra entrada para el Reino de los Cielos, de modo que todos somos sus invitados. Acojamos su invitación y dejémonos introducir por Él en esa fiesta que no tiene fin.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa