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Semana Santa

Comenzamos la Semana Santa con el Domingo de Ramos, celebrando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Y aunque por las limitaciones propias de la pandemia no podremos tener la habitual procesión festiva con palmas y ramos de olivo, nos unimos idealmente a esa multitud que recibió a Jesús hace veintiún siglos cantando “¡Hosanna al que viene en nombre del Señor!”, porque sabemos que en esta Semana Santa Jesús también viene a nosotros, en nombre del Señor, su Padre, para salvarnos de la muerte. Así lo dijo: “he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6,38); y también: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna” (Jn 6,40). Jesús no vino al mundo, y tampoco viene en esta Pascua, para juzgarnos, sino para salvarnos dando su vida por nosotros.

La Pascua es un movimiento, un “paso” (eso significa pascua) de tres días. Por eso lo llamamos Triduo Pascual. Entramos en él el Jueves Santo con la celebración de la Última Cena en la que Jesús instituye la Eucaristía. Después de haberlo contemplado entrar triunfante en Jerusalén, lo contemplaremos lavando los pies a sus discípulos, revelándonos así la lógica de Dios: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos” (Mc 10,43-44). Lo contemplaremos también partiendo el pan y levantando la copa de vino, mientras dice “esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes…este es el cáliz de mi sangre que será derramada por ustedes, para el perdón de los pecados”, anticipando con esos gestos y palabras el sacrificio redentor que realizará el Viernes Santo, cuando, sin resistirse al mal, se entregará en manos de los hombres para ser crucificado por nosotros y cancelar así la antigua deuda del pecado.

En la cruz, Jesús nos revela en plenitud el rostro de Dios, su ser más íntimo que es amor misericordioso. Cargando con nuestros pecados, Jesús sube al leño y se ofrece por nosotros al Padre. Entra en la muerte y desciende al sheol, el lugar de los muertos que en el Credo llamamos infierno. Lo acompañaremos en ese descendimiento el Sábado Santo, día de silencio que, para nosotros que ya sabemos que la historia no termina ahí, es también día de esperanza porque esperaremos anhelantes la resurrección de Cristo.

La cuarentena total decretada por el gobierno para estos días nos impide celebrar el Triduo Pascual en el recinto de nuestros templos, junto con la comunidad. Sin embargo, podemos aprovechar esta coyuntura para vivir con mayor recogimiento y en la intimidad de la familia, Iglesia doméstica, estos días santos. Si lo hacemos así y, además, participamos aunque sea de modo virtual en las celebraciones, el Domingo de Resurrección experimentaremos en lo profundo de nuestro ser que la Pascua no es un mero recuerdo del pasado sino que Jesucristo la ha actualizado para nosotros, en el hoy de nuestra historia, y nos ha pasado con Él de la muerte a la vida. Entonces podremos comenzar a cantar: “¿Dónde está, muerte, tu victoria?” (1Cor 15,55).

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa