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Recuperar la esperanza

Continuando con el Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma, sobre el cual les vengo escribiendo los últimos domingos, esta semana quisiera transmitirles su invitación a “volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios”. Ese atributo divino que muchas veces olvidamos, pese a que de él dan testimonio todas las Sagradas Escrituras y siempre en relación con la misericordia, que también es muy propia de Dios. Así, por ejemplo, el salmista canta que Dios es paciente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal (Sal 86,15; 103,8). El sabio, por su parte, afirma que “tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, eres paciente y todo lo gobiernas con misericordia” (Sab 15,1). Y san Pedro, que vivió tres años seguidos con Jesús, explica que “Dios tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie se pierda sino que todos alcancen la conversión” (1Pe 3,9) o, como dice san Pablo, “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tim 2,4).

De ahí que la invitación del Papa a dirigir la mirada a la paciencia de Dios sea una invitación a “recogerse en oración y encontrar, en la intimidad, al Padre de la ternura”. Contemplar y dejarnos acoger por el corazón abierto de Cristo en la cruz nos permite experimentar que la misericordia de Dios no tiene límites y hace posible que nos saciemos del amor del Padre que perdona nuestros pecados. “Esperar con Él (Cristo) y gracias a Él quiere decir creer que la historia no termina con nuestros errores, nuestras violencias e injusticias, ni con el pecado que crucifica el Amor”, dice Francisco.

Hay muchas personas en este mundo que no pueden reconocerse pecadoras. Unas se resisten a considerar pecados ciertas acciones que en realidad lo son y hasta se rebelan contra la Iglesia calificándola de retrógrada, exigiéndole que se “actualice” y declare que crímenes como el aborto o la eutanasia son algo bueno. Llegan incluso a calificar de “ultraconservadores” y a usar epítetos ofensivos contra quienes se mantienen fieles a la doctrina perenne de la Iglesia. En el polo opuesto, hay otras personas que se deprimen y desalientan cuando son conscientes de haber cometido un pecado grave. Aunque pueda sonar contradictorio, a ambos tipos de personas les falta lo mismo: encontrarse con el amor misericordioso de Dios, recibir la esperanza de Cristo que se entrega a la muerte para el perdón de nuestros pecados y que Dios resucita al tercer día para nuestra justificación, es decir para transformarnos gratuitamente de pecadores en justos.

Desde esa perspectiva se comprende que al invitarnos a volver nuestra mirada a la paciencia de Dios, el Papa nos invite también a acudir al sacramento de la reconciliación; porque cuando nos confesamos y recibimos la absolución a través del sacerdote, experimentamos realmente el perdón de Dios, su ternura de Padre, su amor que sobrepasa nuestro desamor y enciende en nosotros la esperanza “del tiempo nuevo, en el que Dios hace nuevas todas las cosas”. Así podremos prepararnos bien para la Pascua, en la que Dios viene a pasarnos, con su Hijo Jesucristo, de la muerte a la vida.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa