EL CAMINO DE LA FELICIDAD
El evangelio de este domingo nos relata que un hombre le pregunta a Jesús qué debe hacer para tener vida eterna (Mc 10,17-30). Una pregunta que tal vez pocos se hacen de modo consciente, pero que late en el fondo del corazón de todo ser humano porque Dios nos ha creado justamente para que tengamos vida eterna y nuestro corazón ansia esa felicidad sin fin. Jesús le responde a ese hombre recordándole los mandamientos: honra a tu padre y a tu madre, no robes, no mientas, no cometas adulterio, etc. Su interlocutor le afirma que eso lo ha hecho desde su niñez; pero todavía no tiene esa vida eterna, con lo cual queda de manifiesto que si bien es necesario cumplir los mandamientos para tener vida eterna, eso no basta sino que hace falta algo más. Se lo dice Jesús: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el Reino de los Cielos, y después ven y sígueme» (Mc 10, 21). Ante lo cual, sigue relatándonos el evangelista, el hombre se marchó entristecido porque tenía muchos bienes; y Jesús dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!» (Mc 10,23).
A través de este episodio, Jesús nos revela que el camino para tener vida eterna no consiste en pretender congraciarse con Dios a través del mero cumplimiento de ciertas normas de modo legalista, sino en confiar en Él y creer que sólo Él y no nuestras riquezas –sean bienes materiales, afectos, prestigio, etc.– puede garantizarnos una existencia feliz y la vida eterna. No dice que esté mal tener bienes materiales, relaciones de afecto con otras personas o querer salir adelante en nuestro oficio o profesión. Ese no fue el problema de ese hombre rico del que nos habla el evangelio. Su problema fue que puso eso por encima de Dios que, a través de Jesús, lo llamaba a algo más grande: vivir con Él, participar de su vida divina. Es un riesgo que tenemos todos: buscar la felicidad –que para ser verdadera debe ser plena– en cosas, relaciones personales o acontecimientos que, en sí mismos, no tienen la capacidad de dárnosla, y en confundir los medios con el fin para los que Dios los ha creado.
Los apóstoles no eran ajenos a este riesgo. Pese a que habían dejado todo por seguir a Jesús, al presenciar su diálogo con ese hombre rico quedaron asombrados y decían: «¿quién se podrá salvar?», a lo que Jesús les respondió: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque para Dios todo es posible» (Mc 10,26-27). Con estas sencillas palabras, Jesús nos da la clave. Nos dice que la vida eterna, que es la verdadera felicidad que comienza ya en este mundo y alcanza su plenitud después de la muerte física, no es una tarea posible para las solas fuerzas del hombre, sino que es un don gratuito que Dios da a quien confía en Él y pone su vida en sus manos, pero no como si fuera una relación comercial (te doy para que me des) sino en una relación de amor que no se puede comprar ni siquiera con nuestras buenas obras. Como dijo el Papa Benedicto XVI, la vida cristiana surge de una propuesta de amor del Señor y se realiza a través de nuestra respuesta de amor (Homilía, 11.X.2009); y también el Papa Francisco: el comienzo de la fe, que nos da la vida eterna, consiste en dejarse amar por Dios (Angelus, 10.X.2021).
+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa