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La identidad arequipeña

Este 15 de agosto celebraremos el 481º aniversario de la fundación española de Arequipa. Comenzaremos la jornada con la Santa Misa y Te Deum en nuestra Catedral, para darle gracias a Dios por los dones con los que ha enriquecido a nuestra Villa Hermosa aun antes de ser fundada como tal por Garcí Manuel de Carbajal, cuando estaba poblada por los yarabayas en la zona que ocupa hoy el barrio de San Lázaro. Desde entonces han pasado casi cinco siglos en los que se ha ido forjando la identidad arequipeña que, como sucede en toda comunidad humana, está compuesta por algunos rasgos que permanecen en el tiempo y otros que van cambiando como fruto del encuentro con otras identidades y la vivencia de nuevas experiencias. La gran tarea consiste en estar abiertos a esos nuevos rasgos, pero sin dejar que cancelen los más propios nuestros, los que nos diferencian de otras comunidades, pueblos y culturas y, por eso mismo, hacen posible que brindemos nuestro aporte en favor del bien común de la nación y de la comunidad internacional.

La identidad de un pueblo se refleja y plasma en su cultura. La cultura configura el modo específico de ser y existir de una comunidad concreta que está vinculada no sólo por lazos familiares o de sangre sino también de vida en común, de historia creada juntos, de valores compartidos y proyectos conjuntos. “La palabra ‘cultura’ indica algo que ha penetrado en el pueblo, en sus convicciones más entrañables y en su estilo de vida” (Francisco, Fratelli tutti, 216). Mientras más y mejores valores compartamos, la cultura hace más humana a la comunidad y permite que las legítimas diferencias entre los grupos que la integran no sean motivo de división sino de complementariedad y enriquecimiento mutuo.

Arequipa se caracteriza por su identidad cultural mestiza. El mestizaje racial fue fruto y a la vez agente del proceso de aculturación que se dio en el encuentro entre la cultura occidental y la andina, que ha quedado plasmado en diversas manifestaciones como la arquitectura, el lenguaje, el arte, la gastronomía, etc. y también en valores como la lealtad y la solidaridad, puestos de manifiesto, una vez más, en la pandemia que venimos atravesando. Ante la disfuncionalidad de un Estado que no ha sabido renovarse con el tiempo y no estuvo preparado para afrontar debidamente al COVID-19, la inmediata reacción de los arequipeños, desde las familias, empresas, gremios, clubes de madres y otras organizaciones sociales que salieron al encuentro de los sectores más afectados de nuestra sociedad, ha puesto de manifiesto la fraternidad que nos ha caracterizado desde antiguo. Fraternidad que surgió de la conciencia de ser hijos de un mismo Padre, Dios, y de una misma Madre, la Virgen María, en cuya fiesta de la Asunción se fundó esta Villa Hermosa que, no en vano, tiene como patrón jurado al Cristo de la Caridad; porque, como lo han destacado numerosos autores, la fe católica es uno de los principales elementos originarios de nuestra identidad regional, uno de esos rasgos que han permanecido en el tiempo y que nos corresponde transmitir a la siguiente generación si no queremos que la identidad arequipeña y sus valores se diluyan en una amorfa e inconsistente pseudo cultura globalizada.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa