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Prepararse para la gran fiesta

En su mensaje con motivo de la Cuaresma que estamos comenzando, el Papa Francisco nos recuerda que este es “un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesús”. La Cuaresma, pues, no es una realidad cerrada en sí misma, sino que es el tiempo que Dios nos da a través de la Iglesia para prepararnos para la Pascua, “fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria”. Durante el Triduo Pascual, que va del Jueves Santo al Domingo de Resurrección y es la celebración más importante del año litúrgico, la Iglesia vuelve a ese gran misterio y, en la medida en que uno lo hace con la mente y el corazón y se deja involucrar por su dinamismo espiritual, experimenta en su vida cotidiana que la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte va creciendo en él. Como dice el Papa, la alegría del cristiano brota de la escucha y la aceptación de la buena noticia de que Jesucristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado para nuestra divinización; porque en la medida en que acogemos esa buena noticia, ella misma se va realizando en nuestra vida.

El kerigma, que es como técnicamente se llama a esa buena noticia, “resume el misterio de un amor tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo” con Dios. Creer en el kerigma implica reconocer que no somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, sino que ésta “nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia”. En cambio, sigue diciendo el Papa, “si preferimos escuchar la voz persuasiva del padre de la mentira (el demonio) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva”. En efecto, si vivir en comunión con Dios tiene como fruto comenzar a vivir algo del Cielo en esta tierra, vivir bajo el dominio del “príncipe de las tinieblas” va encerrando al hombre en la cárcel de su propio yo y sometiéndolo a la esclavitud de sus antojos, transformando su vida en un infierno en el que cada vez se hace más insoportable vivir con los demás y para los demás, porque como dice el apóstol Santiago: “el pecado engendra la muerte” (St 1,15).

Vivir de espaldas a Dios hace que, a través de un proceso lento y por lo general inicialmente imperceptible, el hombre vaya perdiendo el sentido de su vida, el gusto de vivir y la alegría. La Cuaresma, entonces, es el tiempo propicio para volver a Dios y dejarnos atraer por su amor misericordioso que todo lo renueva. Como dice el mismo Francisco: “Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez” (Christus vivit, 123). En consonancia con estas palabras del Papa y desde mi propia experiencia, en esta primera semana de Cuaresma los invito a contemplar a Cristo, sea a través de su imagen en un crucifijo que por lo general hay en las casas o, mejor todavía, en su presencia real en el sagrario de un templo. Contémplalo y déjalo que te hable, deja que el Espíritu Santo testifique a tu espíritu que esa sangre en la cruz la ha derramado Dios por ti, para el perdón de tus pecados y para hacerte partícipe de su propia naturaleza divina; porque, independientemente de la situación en la que te encuentres, Dios te ama profundamente. Buena Cuaresma para todos.

+ Javier Del Río Alba
Arzobispo de Arequipa